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Idalina Gamarra, por Cecilia Sorrentino


Lo conocí hace tres años y me enamoré. Yo tenía veintidós. Nos presentaron unos amigos en Ciudad del Este, donde vivíamos. Al principio me encantó que buscara cualquier excusa para pasar a verme por la peluquería. Creí que lo hacía porque era atento.

Yo había tenido a mi hijo muy joven, a los dieciséis, pero hacía ya tiempo que su padre y yo estábamos separados.

Cuando lo conocí a él pensé que podría rehacer mi vida.

Primero fueron sólo advertencias: “no hace falta que tengas amigas”, “no quiero que atiendas varones en tu peluquería”. Después empezó a celarme si iba al gimnasio, y hasta si leía una novela.
Te parecerá increíble pero pensé: me cela porque me quiere.

Una vez me empujó y me apretó fuerte un brazo. Pero se arrodilló y pidió perdón.
La siguiente fue una cachetada tan fuerte que sentí miedo. No el de gritar a los cuatro vientos, sino el de callar. Es un  miedo que te vuelve sumisa, ¿sabes? Un miedo que no le deseo a ninguna mujer.

Por ese entonces su padre me pidió que él se quedara a vivir en casa porque la policía le había advertido que si seguía vendiendo marihuana iría a la cárcel. Yo pensé: si lo ayudo a librarse de la droga, si consigo que retome la universidad, él va a cambiar.

En un año de relación me había alejado de todos mis amigos y me golpeaba cada vez más. Si yo quería dejarlo él se tajeaba los brazos y el pecho, lloraba y pedía perdón.

Un día que estaba más violento que nunca envié un mensaje a su padre: “suegro, ven a buscar a tu hijo porque esta relación no va a ningún lado”. Vino, vio mis golpes y a él como loco. Le dio un calmante y se lo llevó.

Dos días duró el alivio. Al siguiente, estaba esperándome cuando yo volvía del gimnasio con mi amiga Isabel.

-Puta regalada, vas al gimnasio a ponerte en línea para otro.

Me empujó hacia su auto. Quería que lo acompañara a comprar droga pero me negué: tengo un hijo y soy responsable por él, le grité. Se fue, pero a medianoche ya estaba de nuevo en casa, como loco:

-Perra, zorra, no vas a ser de nadie más.

Me quedé callada, no dije nada y fue peor, me violó.
No sé a qué hora, agotada de llorar, me dormí.

A las siete sonó mi alarma y cuando tomé el teléfono para apagarla él me empujó.

-¿Con quién vas a hablar?

Tiró el celular debajo de la cama; me arrodillé a buscarlo y me pateó. Me sujetaba por el cuello y me pegaba cabezazos.

Logré soltar una mano y lo arañé. Y él me violó otra vez. De una manera tan horrible que me avergüenza contarte.

Mejor que me mate al fin, pensé.

Mi hijo tocó a la puerta. Que se vaya, dijo él y me hundió los dedos en la cintura.

Convencí a mi hijo y logré soltarme y corrí hacia la calle en busca de ayuda. Pero él me alcanzó. Me arrastró hasta la cocina y agarró el cuchillo que estaba sobre la mesa. Yo le mordí la mano y se lo quité. Entonces me empujó contra la pared. ¡Ya basta! grito con el cuchillo en la mano. Pero él se arroja sobre mí. Me pega otro cabezazo y después se aparta y me mira desafiante.

Es en ese momento que veo la sangre en su pecho. Muchísima sangre.

Salí corriendo en busca de mi tío que vive al lado y entre los dos lo cargamos en su auto y lo llevamos al hospital.  

Al llegar aún tenía pulso.

Cuando el médico regresó y me dijo que no había podido salvarlo sentí que era yo quien había muerto. Vi la vida de mi hijo, toda, en un segundo.

Una enfermera gritaba que yo era una loca violenta, “¡mira lo que hiciste, loca violenta!”.

Se acercó una señora mayor. Hablaba bajo, en guaraní: “o te mata la familia de él o te encierran para siempre”. Me tomó de la mano y me dejé llevar. En la puerta del hospital me preguntó dónde vivía y pagó el taxi.

Esa misma noche escapé de Paraguay en bus hacia Argentina.

Dos semanas después Interpol me detuvo en casa de mi tía, en Florencio Varela.

Hace unas semanas que cumplí veinticinco y llevo ya un año en esta cárcel de Ezeiza. Un año esperando, rogando que me otorguen el asilo en Argentina; que no me extraditen. Tú sabes: la legítima defensa de una mujer no tiene perdón en mi país.



Nota: "En fecha 19 de mayo de 2017, la Comisión Nacional para los Refugiados -Co.Na.Re.- resolvió desestimar la solicitud de reconocimiento de la condición de refugiada. La decisión fue recurrida, con el patrocinio de la Comisión para la Asistencia Integral y Protección al Refugiado y Peticionante de Refugio de la Defensoría General de la Nación".

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