La primera vez que me
golpeó fue a pocos meses que había comenzado la relación. Tengo dos hijos de un primer matrimonio – con
Albornoz no tuve hijos–. Había fallecido la abuela paterna de ellos y le
comenté que iba a llevarlos al velorio. Me dijo que no fuera. Esperé a que se
durmiera y los llevé igual. Cuando volvimos a casa, me encontré con toda la
ropa tirada en la calle. Entramos, me encerró en la habitación que compartíamos,
a mis hijos en otra, y empezó a golpearme.
Estuve casi catorce años
con él. Hice más de quince denuncias en las comisarías de Merlo y de Martínez –
en Martínez compartíamos el ámbito laboral y ahí también él me golpeaba. Cuando
le notificaban acerca de las denuncias que le hacía, era esperar la golpiza y
que me dijera que ahora era él quien me ganaba. Albornoz tomaba alcohol y tenía
adicción a las drogas en el último tiempo.
No sé qué importancia le
dan cuando una va a hacer una denuncia en la actualidad. No demasiada. Lo que
sí sé es que, después de que Albornoz me prendiera fuego, mi hermana Carolina
fue a averiguar por las denuncias, fue a reunirlas, y solamente consiguió una o
dos. En las comisarías, no tenían registro de las denuncias que había hecho.
El 2013 resultó un año
complicado, un martirio: cuando le comenté que quería separarme, la convivencia
empeoró. Yo había comenzado terapia. Mis hijos se turnaban para quedarse
conmigo, para no dejarme sola nunca: un fin de semana Lucas; otro, Florencia. La
violencia se había vuelto normal en nuestras vidas. El 31 de diciembre, le dije
que no quería festejar las fiestas porque no me sentía bien. Mis hijos me
habían pedido pasar con sus amigos y los dejé, no me negué, obviamente. Se
fueron a zona norte. Me quise ir a recostar pero él me dijo que iba a venir
toda su familia. Entonces cené con ellos y cerca de la una y media de la
madrugada me fui a la habitación.
Es 1 de enero del 2014, alrededor de las cinco
de la madrugada. Él entra a mi habitación a buscarme para que lleve a cada
miembro de su familia a la casa – como era una familia de tomadores, no podían
manejar; entonces siempre los llevaba, era una costumbre –. Pero ahora me
rehúso. Entonces me golpea la cara, me la desfigura a patadas y me obliga a
llevarlos. Lo hago. Volvemos. Entro el auto al garaje. Pienso que va a hacer lo
mismo de siempre: se va a quedar dormido en el auto y después se va a levantar
e ir a la cama. Pero no. Baja antes que yo. Nos ponemos a discutir en frente de
la parrilla. Él había cocinado. El carbón todavía está encendido. Seguimos
discutiendo pero yo giro y siento algo frío. Con los nervios, no me doy cuenta
de que es alcohol. Me acaba de rociar con alcohol. Siento una llama que se va
para arriba y me tiro a la pileta. Salgo sola de la pileta, entro a mi casa, me
saco la ropa que tengo quemada. Le pido que me lleve al hospital pero él se niega.
Después de una hora y pico de insistirle, finalmente me lleva. No recuerdo más.
Sí, que al despertarme, está mi familia que me dice que todos están conmigo,
que me quede tranquila. Tengo el 55% del cuerpo quemado.
Estuve internada más de
seis meses en una clínica de Laferrère, con más de cuarenta injertos que me
hicieron. Sé que me quedan varias operaciones por delante. Muchas veces me
preguntan por qué seguí con él. Fueron catorce años de vivir con violencia.
Tenía miedo a lo que me pudiera pasar. Es triste hacer la denuncia y volver a
tu casa porque no hay un refugio que te albergue.
Me quedé sin trabajo en el
lugar donde había sido empleada administrativa durante veinte años y no pude
conseguir una pensión. Vivo de la ayuda de familiares, amigos o amigas y de
gente que se solidariza con mi caso. Tengo la suerte de estar viva, de poder
contar mi historia, de poder luchar y ayudar. Hay otras mujeres que ya no
están."
Karina
Abregú tiene 42 años. Vive en Merlo, Provincia de Buenos Aires. Es una
referente de lucha para muchas mujeres. Junto con su hermana, Carolina Abregú,
impulsaron las Defensorías de Género. Hoy cuentan con más de 11 Defensorías en
la Provincia de Buenos Aires y una en CABA.
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